domingo, 10 de diciembre de 2017

TITANIC


La habré visto en la tele unas cuantas veces ya. La vi la tarde de su estreno en todas las salas de cines de España y me consta que alguna vez la he visto en formato dvd o vhs y aún así, cada vez que le echo un vistazo en televisión, saco un matiz emocional y psicológico nuevo a la película TITANIC.

La filosofía inicial e hilo social de la película es muy simple, algo que se ha dado siempre a lo largo de la historia. Clases altas o aparentemente altas que se jactan de su posición y ridiculizan a las clases inferiores. Símil social perfectamente estructurado en esta película por la separación de los pasajeros por clases (primera, segunda y tercera) coincidiendo con el punto más elevado del barco y mejor dotado de toda clase de comodidades.

Llevo muchos años trabajando en el sector servicios; de cara al público en la hostelería o ahora como empleado en una tienda de alimentación para entender de sobra lo absurdo y cínico de este estúpido ascensor social.

Me queda la verdad a medias y el auto consuelo de que ese desplante, alce de cuello, miradas por encima del hombro o trato indiferente que pretenden dar algunas de las personas que creen que viajan en primera clase, es en verdad envidia y tragos de su amarga y plana saliva al ver cuanto ensalzan, estrujan y disfrutan cada una de sus pequeñas pasiones los pasajeros de las clases inferiores de este macro TITANIC global en el que nos ha tocado vivir.

Fotograma de la película La última noche del Titanic (Roy Ward Baker. 1958), donde se ve como pasajeros de tercera clase fueron obligados a permanecer en las cubiertas inferiores hasta que desalojaran a lo pasajeros de primera.


Por otro lado, aunque esta parte está ya mucho más manida en miles y miles de películas, está la historia de amor entre Jack y Rose; rompiendo escalinatas, vestuarios pretenciosos, capitales monetarios y linajes estrujados hasta la saciedad en pos del verdadero amor y pasión por vivir.

Pasión por vivir; sin distinción de clases ni escalas sociales. Titanic


Vivir con mayúsculas deteniéndose en cada una de las letras de dicha palabra. El dinero te viste de forma majestuosa, pero no consigue aplacar las ansias que esconden esos de arriba por que los latidos de su corazón sea reales; llenos de sístoles calientes y diástoles cargados de emoción e incertidumbre como muestran aquellos que viven cada día con el riesgo y la pasión del último. Vivir frente a fingir.




2 comentarios:

Jorge Romero Aranda dijo...

El corazón debe de tener su propio camino, al margen infinito de su brillo.

Marina León López dijo...

El reflejo del mundo clasista de ese principio del S.XX nos sigue acompañando en estos comienzos del S.XXI... Sociedad divida para que unos pocos vivan mejor que la gran mayoría ¡Enhorabuena por la reflexión, Raúl!