domingo, 17 de abril de 2016

Lluvia En Silencio



Lluvia en Silencio
¿Es sucio el sexo? Sólo cuando se hace bien” (Woody Allen).
 

No sé si serían aquellos mismos impulsos que una noche de caminos perdidos nos llevaron a medir nuestros labios; el meditarreanismo, a veces disimulado, que exhalamos a borbotones, propio de nuestra naturaleza geográfica, o el morbo puro y duro que nos da jugar con fuego, el caso es que dijiste que SI.

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Habían pasado ya meses, muchos, desde que concluyó nuestro oscuro affaire. Si, digo oscuro por la forma en que manejamos aquel tema. Noches, tardes, alrededores, miradas, esquinas vacías, cuartos de baño multiusos, coches sin animo de lucro, etc. El caso es que allí estaba aquella manzana, ya casi prohibida, con su verano, salteado y bien comentado (es lo que tiene vivir en un pueblo fronterizo, que las noticias y el boca a boca te ensalzan o te destruyen en cosa de segundos), de nuevo conectada a Facebook, me lo chivaba la lucecita verde encendida del chat interno, y entré con palabras bien adoctrinadas, serpenteando pero dejando ver la cabeza del asunto a cada renglón:


- ¿Cuánto tiempo? !Seguro que eres ya rubia, con los ojos azules y con un pie en el altar! - Le solté sin más.

Preguntas muy típicas esperando respuestas que muestren el color del semáforo. Estaba en ámbar, deduje. Hoy en día, estos inicios de conversaciones, buscando fines lúdico-carnales, están ya preparados de antemano, y reconducidos por algún vistazo previo a cualquiera de las redes sociales por las que los implicados se suelan mover, (¡cuanta adrenalina, incertidumbre y riesgo, propios del cortejo se han perdido con estas modernuras!). - Veo que has estado chapoteando en piscinas con nuevos cromos para tu álbum, ¿no?- Yo ahí ya quería que supiera que era absurdo alargar mucho la conversación, que ya me habían puesto al día de todo a mi vuelta del verano laboral. Somos pueblo, repito, llevamos todos un mini lavadero público en nuestro interior, de esos antiguos de piedra, donde las del lugar estaban deseando llegar para soltar ponzoña a ajenos, con jabones hechos de envidia y gusto, jabones que siempre cumplían lo contrario a su cometido.


- Me han hablado muy bien de un restaurante en Priego de Córdoba y estoy deseando ir. Un pequeño homenaje me merezco que he estado estos meses atrás trabajando a saco, y ya sabes que Priego es mi debilidad. ¡Venteeee! Y así nos ponemos al día de todos estos meses atrás. ¡Vente mujer, nos hinchamos de comer y nos volvemos! -


¡Plom! Así de golpe, el tejazo, que dicen por aquí (cuando estás en modo “ataque frontal”), estaba ya tirado, las redes, totalmente visibles, estaban lanzadas.


- ¡Bufff tío, me encantaría, pero estoy tiesa, ya sabes, hasta el finde no tengo pelas y además mañana tengo que hacer un montón de cosas! - Por las pelas no hay problema, te digo que quiero pegarme un pequeño homenaje, que me lo he ganado currando a saco este verano. ¡Venga, que te recojo en una hora! - ¡Joder, mira que eres, al final siempre me lías, jajaja! - contestó ella, sabiendo yo que ahí ya había dado su confirmación. - En una hora ahí abajo donde siempre, apago ya esto que voy a ducharme ¡Ciao! -

Tras una cerveza previa en un bareto céntrico, y cerciorarme yo vía Internet y preguntando a familiares del lugar, confirmé que el restaurante en cuestión estaba abierto y estaba a pocos metros del bar en cuestión donde había echado la previa.



- En serio Sofía, no mires precios, traigo dinero de sobra para que nos comamos media carta si hace falta. ¡jejeje! -

 Ella también saco una sonrisilla inocente pero sabedora ya de que la noche estaría llena de “cajitas sorpresa” (de esas que nunca nos ha dado miedo abrir, todo lo contrario, nos encantaban).

Empezando ya el plato principal, ella preguntó por el baño y se fue a él. A los pocos segundos, y calentado ya por los cruces de miradillas, risas flojas y el Ribera del Duero tan rico que nos habían puesto, tiré yo también para el baño. La esperé en el recibidor que divide ambos sexos en los baños, y cuando salió sonrió, le cogí la cintura, y sin más nos besamos con pasión allí mismo, por dentro agradeciendo que hubiera llegado ya ese momento que, desde que se habló por chat de ir a un restaurante a Priego de Córdoba, ambos sabíamos que llegaría. - ¡Anda que como haya cámaras!- le dije; ambos nos echamos a reír y volvimos a la mesa.

Aún era pronto cuando acabamos de cenar, y le dije de echar una cerveza en un pub de al lado y así me siguiera contando, y así fue. Explicándome de dónde era el chaval con el que había estado ese verano, que si vaya pedazo polla que tenía, ahí ya, en la soltura sin censuras de sus palabras, iban apareciendo los efectos del Dios Baco en nuestra noche. Me pedí un Red Bull, y tras pegarnos varios mordiscos al besarnos, jugar con sus orejas, con bocados casi inexistentes y recordarle de nuevo que tiene los labios pequeños, aunque me encantaban así, cogimos el coche y condujimos de vuelta. Hablamos poco, sonaba Vetusta Morla de fondo, pero las manos cogidas en la conducción, jugando a entrelazar los dedos, denotaban que iba a ser una noche donde el frío brillaría por su ausencia (¡jejejejeje!). Nos desviamos casi entrando ya a Alcalá pero Sofía no dijo nada, ya sabía de sobra donde íbamos. Una vez allí en mi casa de campo en una aldea de los alrededores, sin más, bajamos corriendo a nuestra habitación a meternos bajo las mantas de aquella enorme cama de corte antiguo. Tapados con mil mantas y sábanas por encima de nuestras cabezas, y entrecruzando piernas y brazos para disimular el enorme frío que hacía en aquellas húmedas habitaciones con la alameda y el río justo al lado, el deseo no tardó en abrir sus puertas de par en par. Ya con las manos con plena libertad de movimientos y el ritual de besos calenticos y sin prisa casi completo, comenzamos a masturbarnos el uno al otro hasta multiplicar por mil la temperatura de nuestros cuerpos. Me encantaba oír sus primeros gemidos y como se agarraba fuerte a las sábanas mientras me lengua bailaba entre la montaña rusa de su entrepierna. ¡No... no... tío no.. que sabes que lo pongo todo perdido! - me gritaba ella entre sollozos de placer - ¡No tío para...para...! - Nada Sofía, sabes que me encanta eso, hoy quiero que me empapes a mi también. Y se corrió en mi cara a caños, como aquella primera vez que pardillo de mi, y mira que había bailado entre alcobas ya durante años, comenzó a correrse a chorros en el asiento de mi coche, ante mi asombro y su cara de vergüenza. Aquella fue la primera vez que veía a alguien correrse de esa manera y aluciné. Tras esa vez, estuve leyendo sobre el tema e informándome “squirting” se llama o le dicen a eso y me encantaba cuando le pasaba... ¡bufff que morbazo, era la satisfacción, el culmen de un trabajo bien hecho!


                   
Marea de placer. http://www.ladybud.com



Estaba ya apunto de llegar la marea de placer en forma de eyaculación femenina, tenía aprendido el momento por la intensidad de sus gemidos y sus gritos de ¡Para... paraaaaaa! Y me dio tiempo a pegarle un puñado a una toalla grande de verano que había en la cama de al lado, no quería que los próximos que bajaran a aquella habitación, vieran en las sabanas como se había derretido allí el iceberg que hundió el Titanic. Seguí con mi lengua llamando a todas las puertas de su vagina, cuando ella ya se dejó llevar por el éxtasis sin miramientos y noté como sus chorreones de placer inundaban toda mi cara a la vez que Sofía gritaba -¡hijo puta... hijo puta!- Yo me descojonaba de risa por dentro. Mi polla iba a reventar del placer que al que me transportaba aquella situación, y aún quedaba gran parte del juego de aquella noche. Tras lamer, chupar, tocar, hundir sus dedos en mi, y llevar mi palote al modo “fiesta on” en su máxima expresión, se subió en mi y comenzamos a follar. Me encantaba cuando se reclinaba hacía atrás disfrutando los dos al máximo del roce de sus paredes en mí y viceversa... ¡Dios, cómo me gustaba (y me gusta, claro) esa postura! Así un buen rato. Luego yo encima, esos cabeceros de cama antiguos de hierro forjado, son una maravilla para la sujeción y el empuje. El festín sin nada de rombos, ni censuras, concluyó con todo lo que llevaba yo cocinando por dentro recorriendo su piel, sus pechos, su cara, etc. Y todo el ritual de limpieza e higiene típicos tras un paseo por las nubes sin limitación alguna. - ¡Quedémonos ya a dormir aquí! - le dije a eso de las seis y algo de la madrugada. - No tío llevame a mi casa no vaya que llegue alguien y me la líen gorda al ver que no estoy allí – Me dijo.

De nuevo Vetusta Morla de vuelta. Aquellos ocho kilómetros fueron de pleno relax, nadie habló, nuestras manos entrelazadas eran las únicas palabras que necesitábamos. Sabíamos que había sido un viaje de ida y vuelta con fecha de caducidad y estábamos casi seguro que nunca más pasaría ese tren por nosotros, pues ya actuábamos en distintos teatros, con personajes y escenas muy ajenas a nuestro pasado. - ¡Adiós! - me dijo sin mirar hacía atrás en la entrada de su portal. Ni respondí. En aquella noche ya nos lo habíamos dicho todo.

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