martes, 9 de febrero de 2016

LA CUCHARÁ DE ACEITE





Trujillos, Granada








LA CUCHARÁ DE ACEITE                                              

-¡Todo era tan fácil allí arriba!



- ¡Buenas María! ¿Qué hace usted?
- ¡Ná, que me se ha resfriao una cabra y le estoy dando un par de cuchará de aceite! Para esta noche está curá. ¡Ya verás!

Mi madre, unos minutos más tarde, cuando subíamos, sentados sobres los fardos, en el remolque de un viejo tractor, hacia el tajo de olivos que tocaba hoy, en un monte perdido de la mano de Dios en las sierras de Trujillos (Granada), me explicó que la gente del campo, acostumbrada al pastoreo, a tratar con animales, a conocer las plantas y sus propiedades y demás cosillas; lo curaban todo así. El aceite de oliva era su multifarmacia.

Mientras seguía aumentando el nivel de oxígeno en los pulmones, peleándose éste con el humaco que desprendía aquel viejo, pero utilísimo tractor que Antonio y María usaban desde hacía años, y sabiendo que aún nos quedaban unos buenos minutos para llegar, no podía dejar de pensar en lo fácil que era todo. Todos los males del mundo, para esas dos personas hechas de bondad; sierra, campo, olivos, animales, y pureza, se curaban con una o dos cucharadas de aceite de oliva.

Jamás olvidaré todo lo que aprendí allí arriba en aquellos años, allá por el 97 y el 98.
Antonio; sus manos como espuertas de grandes, con ellas cogía un puñado de aceitunas (“una almorzá”, o algo así se le dice) más grande que un tarro grande de aceitunas de esas que tan bien colocaícas vemos en el supermercado. Pura, nunca mejor dicho, dotrina a pie de campo. Todo lo básico de la época de la recolecta de la aceituna; los faldos, su colocación en el olivo, las varas, para lo que sirve cada una y cual es mejor para cada caso, las variedades de olivo y de aceitunas. Por otro lado, el campo, sus pormenores, su lenguaje; lo que nos cuenta con el color de cada nube. con el soplar del viento, con sus silencios y sus ruidos. Los animales, lo que nos enseñan, lo que nos dan, lo que nos alimentan. LA VIDA, puro refrán. El SER siempre por encima del estar solamente. El hacerse una persona valedera para todo. Escribir un verso; cargar treinta sacos pesados, enamorarse, sacar las aceitunas incrustadas en la nieve en lo alto de una sierra a mediados de enero, para no desperdiciar ni una. El apreciar todo lo que nos rodea. En definitiva, a vivir en su entendida plenitud.
MARÍA, indescriptible, puro amor con los demás. Todo el mundo es bueno para ella, porque ella desconoce el concepto opuesto a la bondad. Es incapaz de concebirlo.
Ese empujoncico que te metía en el bolsillo de atrás,  sujetando algo de papel en él (un billete, vaya) sabiendo que, como había estado lloviendo y se preveía más lluvia para esa noche, mañana no vendrías y querrías salir por ahí con tu novia o amigos, y ella quería siempre que lo pasaras bien. Nos cuidaba, se preocupaba por nosotros, y por todos los seres vivos que la rodeaban, vaya.

Es difícil de explicar, a otra gente como yo, que han vivido siempre protegidos por un barrio, un piso, un sofá calentico en invierno; piscinas y parques en verano, bullicio movimiento puro de ciudad, pequeña pero ciudad, tu familia principal y sus ramificaciones, etc. La sencillez; el estado biológico natural y perfecto que esas dos personas tenían en su día a día en cua cortijo de Trujillos, en el Cortijo del Moro.
Junto a ellos, en el cortijo de abajo, vivía Rafael, hermano de Antonio. 100% natural. Él era así y le gustaba ser así. Su espacio, su envergadura, su jartá de comer, su tranquilidad en cada movimiento (aún tengo clavada en la mente cuando arrimaba un saco lleno al olivo, se sentaba en él y empezaba a “varear” sentado. Pura esencia de la “in-velocidad” del tiempo, ni falta que hacía, por esos parajes. Rafael quería un sombrero de esos del Oeste, me dijo al enterarse que iba a viajar a Estados Unidos con el dinero que había estado ganando en la aceituna. - ¡Uno de esos de John Wayne!- me pidió.

Los últimos años de Antonio (murió hace ya), Rafaél (no sé que ha sido de él. Lo último es que estaba con una mujer que intentó adaptarlo a lo que nosotros entendemos por civilización) y MARÍA (murió la semana pasada, en una especie de residencia que tiene montada el “famoso” Esteban, el santo de Baza), fueron, a mi entender, un gran error. Les comieron la cabeza, de que se tenían que venir ya a vivir aquí a Alcalá, para su comodidad, para estar mucho mejor, y estar con gente y todo eso… ¡ERROR!

Tu no puedes coger de golpe un ser vivo REAL, sacarlo de su VIDA, e intentar reconfigurarlo a esta gran mentira, llena de falsedad, envidias, codicia y algo más, a lo que llamamos ciudad, y mucho menos sin ayudar día a día en su readaptación, creyendo que asimilará de golpe tanta contaminación generalizada, del aire, personas, y todo lo que conllevan ambos. ¡NO! esa fue su muerte. Antonio y María nunca fueron los mismos.

Cuanto se acordó María de lo fácil que era todo allí, de lo rápido que sanaba ella a sus bestias, a todas; incluido al cabezón pero bonachón de Antonio, su marido.
Cuanto se acordó maría de aquel puro, y auténtico elixir, sudor de su sudor, jugo de sus manos, de su raíz, de su herencia. Pero ya nada sería igual, una vez contaminada por la ciudad, ya estaba perdida. A ella, a María, nadie le dió la cucharada de aceite a tiempo. Para María ya fue tarde.
¡GRACIAS MARÍA, GRACIAS ANTONIO Y RAFAEL,GRACIAS!

GRANDES PERSONAS en vidas sencillas.


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