viernes, 20 de noviembre de 2015

¡LLÉVAME A LA LUNA!


Se levantó bien temprano. Los chorros de agua de la empresa subcontratada por el ayuntamiento aún estaban limpiando los "pecados" de la calle Fuencarral. Mercedes no había pegado ojo en toda la noche. Cómo hacerlo con el trampolín con el que se enfrentaba a la mañana siguiente. A sus cuatro decenios no estaba ella ya para muchos saltos en piscinas vacías. Esta vez tenía la sensación de que las aguas no serían meros espejismos. Esta vez nadarían juntos para siempre (eso estuvo filmando su mente, en película de 35 milímetros, durante toda la noche en las fases más profundas y húmedas de su ensoñación)

Cómo no podía ser en otro lugar, viviendo los dos en Madrid, Luis Miguel (así le había confesado ya "azu-lado" tras varias conversaciones vía privados de Tinder que era su nombre real) propuso quedar para tomar un café tempranero en el retiro. Así, si la cosa no funcionaba, tendrían todo el día para rehacerse y seguir con sus quehaceres.

Llevaban hablando por Tinder desde hace tan solo cinco días, pero por las venas de Merce ya corría sangre "azul" desde las primeras frases, propias del mismo William Shakespeare en Romeo y Julieta, que Luis Miguel le dijo el domingo pasado por la tarde, tras los "holas qué tal", "soy nueva en esto ¿y tu?", y demás coletillas basuras llenas de sinsentidos que se dicen al inicio del ciber-cortejo.

Luis Miguel ya era un hecho en su vida, es más, era ya físico en su mente; con rasgos concretos y una forma de ser dibujada a medida del Telesketch de la imaginación de Merce; manipulado por su espíritu optimista y su aún generoso corazón.

Llegó el sábado. Ella se sentó justo donde había acordado con "azu-lado", en el poyete de la baranda del estanque, enfrente de los dos hombres que se sentaban cada día con cestos de caramelos, patatillas y otras golosinas, casi al inicio de la zona del estanque de las barcas.
A Merce le sobraban explicaciones geográficas del lugar de encuentro, era como si Luis Miguel quedara con ella en la mesita de noche del salón de su casa. Ella estaba acostumbrada a pasar allí las horas muertas, leyendo y releyendo a su amada Anne Rice, y dejándose transportar a eternidades enfermizas llenas de amor atemporal, color rojo, y pasión sin miedo a los frenazos obligados de la sociedad, la que solo se pueden permitir los casi inmortales personajes de sus obras.



Sesenta segundos son un minuto.... sesenta minutos son una hora, sesenta alfileres desangran una vida. (Foto: Raúl Góngora)


Allí estaba Merce, desde las 9:45 de aquel increíblemente primaveral sábado de noviembre con su Armand (libro El Vampiro Armand) bajo el brazo. Era uno de sus preferidos, desde que vio, por supuesto en el primer pase de la película el día de su estreno, a Antonio Banderas, actor con el que ya humedecía noches desde sus años de instituto, interpretando el papel de Armand. No era que tuviera mucha relevancia su papel en esa película, pero coincidía, algo más "mediterráneo" tal vez, con la imagen de galán con clase y dominio de sus pasos que Merce se había hecho de éste tras leer sus andanzas por las "Crónicas Vampíricas" de Rice. 

Algo así llevaba su corazón deseando desde hace años. Su único novio, más o menos formal que digamos, lo tuvo hace casi 15 años ya y fue maravilloso verlo  sudar en lo alto de su compañera de piso, cuando Merce volvió de un examen que iba a tener a primera hora de la mañana en sus clases de Audición y Lenguaje en su último año de carrera. Ese día algún gracioso decidió que ni él ni nadie iban a hacer el examen e hizo una llamada anónima de amenaza de bomba a la facultad. Así Merce, como vivía a unos diez minutos andando del recinto universitario. Decidió volverse para desayunar y seguir haciendo cosas en casa. Sabedor de que Juan, así se llamaba el hijo de puta aquel, estaría ya llegando al pueblo, tras un fin de semana maravilloso encerrados en la habitación. Tardo muchos años en poder borrar esa imagen de su ex, desnudo de espaldas frente a la cama y su compañera de piso, una de sus mejores amigas de esos años, a cuatro patas sobre su cama, en su propia cama, (es que parece que una vez que vas a cagarla, mejor hacerlo a lo grande) los dos sudando a pesar del frío que hacía en aquel cochambroso piso. 

Ni se le pasaba por la cabeza volver a confiar en una relación. Se dedicó a su carrera, a las pocas amigas (o simplemente personas que no la habían apuñalado demasiado hondo en su espalda) y a su familia, aunque esta última ya se impacientaba con Merce y su falta "de amor" tras lo de Juan. Y es que, aunque se vean y casi se entiendan, las pedradas en las cuatro cavidades del corazón tan solo les duelen realmente a quienes las reciben; por mucho que te den palmaditas en la espalda y te repitan que entienden cómo te sientes.

Así que, tras tomar una tila alpina a las siete y media de la mañana, Merce trató de arreglarse pero sin destacar demasiado para no denotar desesperación e ilusión extrema (que realmente es lo que había) y, como suele pasar en esos casos, con los truquillos "antiaging" con los que las redes sociales nos bombardean a cada minuto. 

Habían pasado ya unos minutos de la hora acordada y Merce no paraba de mirar el móvil, esperando un nuevo mensaje en Tinder que le dijera: "¡Ya estoy aquí!" o "¡Llego en un minuto!"
 Pero no, la inmortalidad del amor no estaba hecha para saltar de la literatura a la vida de Merce. Y de nuevo el mordisco, en vez de mezclar sus sangres y unir sus destinos para siempre, fue para acabar de envenenar sus esperanzas y ahogarlas en aquel maravilloso lago lleno de parejas remando hacia una relación llena de proyectos, líneas rectas y compromisos.

- ¡Y que todavía haya feas que crean que van a solucionar sus vidas con estas mierdas del móvil! ¡Ahí te quedas con tus fantasías de ogro del bosque y tus cuentos de telenovela! ¡Hasta nunca FEA!- 

"¡No puede ser, no puede ser.... no puede ser!" se repetía para sí Merce con las manos tan temblorosas que ya casi ni podía sujetar el móvil. "¡Este no es Luis Miguel, no puede ser, este no es Luis Miguel!"- se gritaba para adentro. De pronto vio que la cuenta de Tinder, único medio de enlace y comunicación posible que tenía con él, había desaparecido... Merce no pudo evitar soltar un grito antes de arrancar a llorar con ahogo. Una pareja que estaban pegados a ella en la baranda del lago haciéndose "selfies" se acercó, a lo que Merce levantó la mano antes de que ellos dijeran nada... y les gritó, de forma casi ininteligible: "¡Dejadme... dejadme por favor!"

La mañana del día siguiente, domingo, en todas las cafeterías y bares de los alrededores no se hablaba de otra cosa.
    ¿Habéis oído lo del Retiro, lo del lago? Lo están poniendo en todas las emisoras de radio y en las redes sociales. Se han encontrado esta mañana, los policías del Cuerpo de vigilancia de parques y jardines, a una mujer de unos 40 años flotando junto a las barandas del estanque principal del retiro. Estaba rodeada de libros de vampiros flotando junto a ella y se había metido una nota de papel escrita a bolígrafo en el bolsillo de velcro del chaquetón que decía:
 "¡Ya estoy con ellos Anne. Ya soy una de ellos, al fin seré inmortal. El silencioso mordisco de Armand me ha llegado esta noche¡"








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