(Ejercicios de escritura rápida; sin pensar)
(...y no solo al gato) |
Desde que Isaac tenía uso de
memoria recordaba aquella carretera secundaria, aquella vía alternativa por la
que sus padres le habían llevado en muchas ocasiones como vía rápida y mucho más
segura, en tiempo de lluvia y tormentas, camino a su casita de campo en las
afueras de la ciudad.
Concretamente estaba siempre
deseando llegar a la curva en la que se encontraba aquella triste casita
rodeada por un par de viejos árboles de frutos no muy claros para él.
Y allí estaba una vez más, la
curva, la casa, y, como foso que rodea el valioso castillo, repleto de
cocodrilos, y otros seres salvajes, una aureola de girasoles protegiéndola.
Isaac había imaginado miles de
historias en el corto del trayecto hacía la aldea donde su familia materna
tenía la casita de campo relacionadas con esa tenebroso y con cierto romanticismo
lugar.
Habían pasado los años, y aquel
niño ya no sentía fascinación cada vez que veía algo, aquel adolescente se
paraba a resolver y averiguar con sus propias manos todo lo que de niño le
fascinaba a la vista.
Algunos dicen que oyeron un grito
con mucho eco como de alguien cayendo por una montaña, otros dicen que en la
soledad de la noche, nadie oyó nada; nadie vio nada. Pero en lo que todos están
de acuerdo es en que en los días ventosos, alrededor de aquella casa, el viento
habla con voz clara a los viajeros de paso: “¡ISAAAAAAAAC….ISAAAAAAAC!”-
aseguran escuchar a modo de advertencia.
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