―¿Se lo preguntamos? –le decía cerca del oído a Javi mientras le golpeaba con el codo y le hacía un gesto direccional con la cabeza.
―Pregúntaselo tú Paulo que eres el que lleva toda la mañana dándome por culo con eso. –Le contestó Javi con el tono más alto y mirándolo a la cara con gesto de hartazgo por ser él el ejecutor de todo lo que pasaba por la cabeza de su amigo.
Paulo sabía que, aunque su amigo Javi solía hacer casi todo lo que él le pedía, esto tendría que hacerlo por él mismo dada la “alergia”, decía Paulo, que le daban las chicas.
Desiré Fernández, “Desi braguetas” para todos los adolescentes de su pueblo que se creían cualquiera historia que fundamentara un mote de juventud, estaba bebiendo agua en la pequeña fuente de metal que habían colocado al fondo de su pasillo de instituto, junto a la vidriera con el logo de éste. Paulo se le acercó y le preguntó:
―¿Oye, te puedo preguntar algo? Desiré que estaba secándose las boqueras de agua con los puños del jersey, llenó los pulmones de aire para respirar de forma notable y le contestó con cara de enfado y cansancio:
―¡Si, si lo hice, se lo hice, vete!
Paulo regresó a paso ligero hacía donde estaba Javi y con los ojos como platos de asombro y asintiendo con la cabeza le dijo:
―¡Javi, Javi, se la chupó, se la chupó, no es inventado, se la chupó en tercero de la E.S.O. al “petao” ese!
― Lo que le te faltaba a ti y a tu imaginación en primavera, ya tenemos cancioncica de aquí al verano o sepa dios.
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―Esta es su cola. –Le indicó aquella mujer con voz rutinaria y sin vida y sorprendentemente añadió– ¿No tiene usted frio?
―No. –Contestó Desiré de forma seca mientras se situaba detrás de toda aquella gente cargada de nervios, esperanza y sumisión.
Al escuchar aquello, un joven moreno de piel, de unos treinta y cinco años de edad, vestido con un pantalón isleño de fina tela blanca y una camisa ancha de flores verdes y azules y calzando chanclas se giró:
―¿Desi? ¿Eres tú? ¿Desiré Fernández?
―¿Nos conocemos? –Respondió Desiré sin muchas ganas de hablar por el madrugón y por lo incómoda de la situación–.
―Coño Desi, que soy yo, Javi, Javi Pérez, el que iba siempre con el capullo de Paulo en el instituto. Javi “nucas” me pusieron al final del instituto, ya sabes lo guays que eran para etiquetarte y venderte a la mínima que no eras como ellos.
―¡Ah, si joder! –Exclamo Desiré algo menos incómoda ya en aquella fila cargada de historias. ¡Qué mal me caía el gilipollas petao ese! ¿Qué es de tu vida, Javi?
― Aquí estoy recién llegado de mis cinco meses en Formentera, a echar el paro. Estoy fijo discontinuo en un hotel 5 estrellas de Formentera. La verdad que no me quejo. Llevo el chiringuito que bordea una gran piscina y pongo copas en las fiestas nocturnas alrededor de dicha piscina. Tenía que salir de esta jaula de grillos como sea o acabaría ahorcándome por tanta presión familiar, homofobia y todos esos palos que nos llevamos los que nos diferenciamos del rebaño.
―¿Y tú Desi? –le preguntó Javi mirándola disimuladamente de arriba abajo.
Desiré agachó la cabeza y buscó unas gafas de sol en su bolso mientras comenzaba a contener unas lágrimas imposibles de disimular.
¿He dicho algo malo? ¿Qué te pasa Desi? ¿Estás bien? –Le casi susurró Javi para no llamar mucho la atención de aquellas estatuas sociales movidas sin pilas por la llamada de cuatro duros mal dados que les da el estado para seguir tirando.-
Desi se puso unas gafas de sol gigantes, le tapaban media cara, y mientras se sonaba los mocos le dijo, aún con la cabeza agachada.
―Puta, soy puta Javi, puta. Trabajo a domicilio haciendo mamadas a viejos asquerosos, no tan viejos más asquerosos aún, a curas que se empeñan en confesarme cuando acabo de chupársela, y a veinteañeros con las manos llenas de callos de cascársela y jugar a la PlayStation, veinteañeros sin tiempo para salir a ser personas.
―Venga Desi. –Le dijo Javi mientras envolvía los puños de ésta en con sus manos. La vida es una charca asquerosa, de nosotros depende quedarnos como renacuajos pegando coletazos en círculos o apretar los dientes y convertirnos en ranas para saltar buscando algo mejor.
De pronto Desi lo abrazó y comenzó a sollozar con más fuerza.
Era el cuarenta y ocho de la fila, ella lo sabía. Miró la pantalla que ya indicaba su turno y le dijo al joven de detrás de ella.
― Pase, pase usted. Ahora iré yo. ―
―Venga Desi, respira. Tranquila mujer. Estás aquí y eso es un paso, eso es una señal. El destino ha querido que nos encontremos en esta fila cargada de historias nosotros, los repudiados, humillados e insultados día sí y día también en los últimos meses de instituto.
Esto es una señal. No te voy a dejar sola esta mañana. Es más si quieres, dentro de unos meses hablo con mis jefes para ver si hay algún puesto en Formentera que puedas desempeñar. Vamos Desi. Deja de llorar que nos queda toda una vida por delante llena de soles y lunas y de historias con mejores finales que el de una polla sin nombre descargándose en nuestras caras.
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