miércoles, 22 de agosto de 2018

SIN PALABRAS

SIN PALABRAS
(pequeñas historias en librerías pequeñas)



  

 Un año más, Brandon volvía a su pequeño templete literario en Haddonfield, la librería Inkwoods. Allí fue donde, por primera vez en sus vidas, las palabra se transformaron en miradas y las miradas en una muda y prolongada simbiosis.
Ella estaba sentada al fondo, ojeando una edición coleccionista de La Conspiración, la segunda novela de Dan Brown. El, ya fue hilando por donde comenzaría una posible conversación para sacar del silencio aquel extraño cruce de miradas.
Brandon se levantó del sillón con cuidado de no hacer ruido pues había varias personas más disfrutando del falso silencio que esconden los libros, y se fue hacia la chica.
   - No he podido evitar ver que le estás dando vueltas a este libro de Dan Brown. No te lo pienses, cómpralo. Fue el despegar definitivo de su consagración como gran escritor. Yo, con tan solo leer el prólogo supe que el libro me engancharia desde un principio y que me sabría a poco. Me suele pasar con los libros en los que me sumerjo de lleno.

   - Me llamo Amy. -Le dijo sonriendo.

A Brandon le ardían las mejillas como si de una barbacoa en hora punta se tratase. 
Y él sonreía más aún al ver la embarazosa situación que su nuevo consejero literario estaba pasando.
Lo que los libros ha unido que no lo separe el hombre. -Se estaba imaginando que diría el párroco en su boda.

Así era Brandon, iba siempre diez mil pasos por delante de las situaciones presentes. Era un guión tras otro en lo que sería su vida desde el mismo presente vivido hasta infinitos futuros posibles. Aunque tenía la sensación de que éste presente si formaría parte de un cercano futuro lineal.

   - Perdón. Como ya de sobra has notado se me dan fatal las introducciones.
   - ¡Ja ja ja!  -sonrió ella casi sin separar los labios.
No te preocupes, no creo que haya un protocolo oficial para este tipo de situaciones. Y, si, lo compraré. Me ha pasado como a ti, las primeras líneas me han dejado con muchas ganas de comerme estas páginas dejando pasar los minutos.
Brandon, me llamo Brandon. Susurró él casi tartamudeando. 

La joven se levantó y le dio un beso en la mejilla. Brandon pensó que hasta llegaría a quemarse los labios, pues sus mejillas eran ya  puro fuego. 
Me tengo que ir. -Le dijo Amy. Suelo venir a echar un vistazo todos los viernes sobre esta hora. Tal vez el pr’oximo consejo te lo de yo. -añadió mientras se marchaba hacia la caja sin dejar de sonreír.

Brandon entendió que eso era una cita, una cita abierta, la ilusión de un nuevo encuentro. Y, efectivamente, así fue.




Brandon llegó a eso de las cinco y cuarto a la librería.

Por más que intentaba aligerar en sus prácticas de veterinaria, su jefe, sabedor de que aquel filón laboral no le duraría mucho, le hacía apurar hasta el ‘último minuto y unos pocos más con el tratamiento futuro de los pacientes recién llegados. 



Amy, estaba sentada en el mismo sillón donde Brandon la vio la semana pasada; vaquero azul y camiseta roja del grupo The Runaways. Nada que ver con la formalidad y rectitud que aparentaba su falda y camisa de la pasada semana.



  -  Guapisima! -resopló Brandon en sus adentros.




Charlaron sobre sus vidas, profesiones y demás protocolos de las primeras citas. Se aconsejaron libros hasta hartarse, tanto que tuvieron que ir apuntándolos. No compraron nada, esta vez. Tras casi una hora y cuarto de conversación, comenzaron a despedirse y tras los dos besos de protocolo, y cuando Brandon estaba ya girándose hacia la puerta, Amy le cogió la mano, lo giró hacia ella y lo besó rápidamente. Unos segundos dulcemente eternos para Brandon. De nuevo resonaban en su cabeza las palabra de ese futuro párroco diciéndoles:

   - Lo que las palabras han unido que no lo separe el hombre.


  -  Hasta el viernes. -Le dijo ella mientra corría hacia la puerta sin dar pie a reacción alguna ante lo que había pasado. 


  -  ¡Hasta el viernes! le grito Brandon mientras la veía ya correr calle abajo y con la pena de que una semana tenga tantas minutos, horas y días.




No habría más viernes en la vida de Amy y Brandon.



Allí estaba él. Esta vez algo más puntual, camisa suelta y vaquero recién estrenado, lo guardaba para una ocasión especial, pero qué mejor ocasión que reencontrarse con la que sería la mujer de su vida, pensó.

Tras cuarenta minutos de nervios, amagos de hojear libros e idas y venidas por los pequeños pasillos y secciones de aquella maravillosa librería, se acercó a la cajera, que llevaba rato haciendo de mera espectadora de aquel solitario cliente y su show de intranquilidad, y le preguntó si sabía algo de Amy. De su ausencia, o tardanza, de alguna posible enfermedad, o algo. La cajera, muy amablemente al ver la inquietud palpable de aquel Romeo, le dijo moviendo la cabeza de un lado a otro que ella no sabía más que se llamaba Amy, y que le gustaba el género de intriga/thriller, y algo de poesía contemporánea. Nada más, no le pudo decir dirección, apellidos ni nada que le ayudara a encontrarla pues pagaba siempre en efectivo.

Brandon se sentó unos minutos con la mirada perdida hacia las estanterías de enfrente, se levantó, dio las gracias por todo a la empleada y con pasos recién desalmados dejó la librería.



Así sucedió viernes tras viernes. Brandon volvía, esperaba casi una hora, y se iba con el corazón picado en pequeños trozos y dispuesto a ser servido de cena en el infierno. 

  -  Jamás escucharé ya a aquel solemne párroco pronunciar esa maravillosa bendición el día de nuestra boda. –Pensó.

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