sábado, 22 de octubre de 2016

DONDE CAEN LOS VALIENTES



De un tiempo a esta parte, viendo el número 4 queriendo pegarle una patada al 3, ya que soy de la generación de finales de los 70, y viendo a mis coetáneos pasear cabezones ya criados, babeantes y espurreadores de potitos que saben a rayos, me gusta ponerme a pensar en ingenieros, abogados, escritores con algún best-seller pepinazo en su haber, y algún miembro del equipo olímpico nacional de ping pong.


Segundos después de correrme sobre ellas me caliento la cabeza pensando, tal vez por mi educación de tradición católica, lo que estoy desperdiciando.
- ¿Que habrían sido en la vida esos, ese, espermatozoide si hubiera cumplido su cometido? ¿Hasta dónde habría dado de sí su futuro, sus metas, sus ambiciones, de haber dado en el clavo? ¿Hubieran sido más valientes, capaces, decididos y aventureros de lo que su padre ha sido? -
Esas preguntas inmediatas se me pasan por la cabeza en el mismo instante en el que contemplo en silencio donde han ido a parar mis valientes.


Soy un poco fetiche con ese tema. Desde que empecé mis relaciones sexuales he tenido el (llamalo tu) problema de no correrme nunca in situ, siempre después de; fuera y casi siempre acabando con artes manuales. Yo, la verdad no me lo he planteado nunca como un gran problema (hombre, en agosto, a 40º, los minutos de más que eche sin que la susodicha haya disfrutado hasta partirse de gusto son calorías sobrantes que quemo, sudando hasta la extenuación), pero la pareja/amante en cuestión que tuviera esos días se raya la cabeza pensando que es por no haber sabido darme el placer suficiente, y eso puede empezar a resultar un problema.


El caso es que, cuando hay confianza, me gusta que mis pequeños peguen en sitios bonitos de la mantis de turno; cara en general, boca, triángulo invertido (a ser posible con el césped visible) o el Gran Cañón del Colorado que forma la raja de su culo entre sus nalgas. ¡Ya que van a suicidarse mis soldados, que mueran disfrutando de las vistas!

Woody Allen en
Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972)



Al principio, por defecto, ella suele ser reticente a la geolocalización a placer de mis corridas sin fin creacional. Es ahí donde entra el quid pro quo (yo me lo he currado a saco en los previos hasta el punto de que me has duchado a placer, y tú consientes en que te llene la piel de hidratantes altamente recomendados). Admitido este acuerdo silencioso, ya sólo queda aumentar mi sed de investigación y placer sexual al máximo, siempre con el beneplácito de la que va a ser receptora y tumba de tus abogados, ministros, ingenieros o deportistas de élite con fecha de caducidad inmediata.


ruyelcid

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