lunes, 7 de noviembre de 2011

En Los Toros




     A las cinco de la tarde... y comienza el espectáculo.
 Nada más ir camino de mi sitio voy divisando los toreros de la tarde, sus subalternos y el resto de personal de la plaza cada uno con su respectiva importancia. De nuevo me he conformado con la entrada más barata, da igual que el sol me pegue de frente y casi me ciegue toda la tarde; pero no está la economía para muchos lujos.
Tras saludar tímidamente al Presidente, ocupo mi sitio dispuesto a "verlos venir" durante toda la tarde.
Los primeros toreros son "los habituales", consolidados ya en "estas plazas" no van a sorprenderme con algo que no haya visto ya, van a lo suyo, a su tema, sabiendo que tienen ya mucho albero corrido bajo sus pies, y más en esa, la tierra que los forjó como grandiosos toreros y matadores que son. Éstos, se ven a diario, practican, comentan, ensayan, escriben sobre el mundillo del toreo cotidiano, y desmenuzan toda información adquirida de unos y otros.



Va pasando la tarde y llegan "los recientes" solitarios o en pareja, las futuras promesas del toreo, sedientas de ideas, inquietas y deseosas de destacar, sacan su capote de los domingos y alardean, se contonean, exageran y se arriman a "los habituales", mostrando sus habilidades, convenciéndolos de sus nuevas tendencias en el mundo de "la lidia" y "el capoteo" e intentando integrarse en una piña de toreros ya forjados a base de mucha espada y monteras arrojadas a su suerte.
Uno de los recientes está en plena faena, presume de conocer la esencia del toro. Se acerca y el toro, al principio, doblega pensativo el cuello, quedando la mirada oculta frente al albero, pero al sentir la cercanía abrumadora del torero, el toro levanta la cabeza, la mueve con seguridad de un lado a otro y arremete contra el matador, dejando claro que en esos escasos metros cuadrados hoy manda el.
La gente, ante esa ruptura de la habitual monotonía de la tarde, se pone en pie, impidiéndome por un instante ver los avatares de semejante desplante. El torero sorprendido por la casta resurgida del toro, intenta, ya espada bien a la vista a modo de intimidación, dar un último empuje al toro para su doblegue final, y este, usando la cabeza y el corazón a la vez lo aparta definitivamente con un par de secos y seguros movimientos. El público y yo aplaudimos con firmeza la bravura del toro, mirando con ilusión hacia el palco presidencial, que también intrigado, y sorprendido por la seguridad y madurez de esta nueva res, decide indultarlo y admitirlo en su círculo de predilectos, quedando el altanero y atrevido torero un poco herido en su orgullo pero con la lección bien aprendida. Casi comprendiendo que las personas están donde están por su constancia, el saber esperar su oportunidad, el fijarse, el querer aprender, el no lanzarse con los ojos cerrados, el pretender que las circunstancias se adapten a ellos y no al revés. 
Así, sorprendido por la tarde de toros que he vivido, este domingo vuelvo a mi hogar reflexivo, alegre, y con una sonrisilla tímida en la boca... viendo que no tiene porqué dominar la espada y el ímpetu, frente a la paciencia  y el aprendizaje continuo.




1 comentario:

CINEXIM dijo...

Cuando te pones metafórico no hay quien te gane!!!


Olé!!