domingo, 14 de febrero de 2021

¿Quién soy?

 

No hay crecimiento sin conocimiento

Aquella plancha gigante de metal pintada de blanco cegador se cerró justo detrás de Jaqueline causando un gran estruendo. Ante ella una gigantesca habitación con las paredes pintadas de rosa asalmonado. Jaqueline llevaba unos segundos con los ojos y boca abiertos como platos ante la visión maravillosa y aterradora que tenía delante. Como un centenar de gatos, extrañamente tranquilos, y muy parecidos entre ellos, el típico gato común europeo de tonos grisáceos amarillentos como a rallas negras también. 

A los pocos segundos de estar contemplando aquel ejercito de gatos por toda la sala como si hubieran estado cayendo aleatoriamente en paracaídas, sonó, como en las anteriores once salas, el sonido de una campana gigante. Los gatos casi ni se inmutaron, como si fuera un sonido al que estuvieran totalmente habituados y Jaqueline, después de once campanazos anteriores tampoco se extrañó mucho. La voz comenzó a hablar.


  

 ― Has pasado con éxito las once pruebas anteriores. Tras esta sala encontrarás, ya sabes, tu salvación o tu muerte. La última prueba es relativamente fácil, consiste en contar con exactitud los gatos que hay en esta sala. Una vez los hayas contado irás al panel que ves al fondo, teclearas la cantidad y pulsarás el botón rojo. 

   ― ¿Relativamente Fácil? –suspiró Jaqueline moviendo la cabeza de un lado a otro perdida en aquel mar de pelo y patas.

   ― Cómo en todas las pruebas que has superado, en esta también dispones de veinticinco minutos para pasarla con éxito. Al otro lado está tu victoria y tu salvación.

Sonó la gran campanada, Jaqueline permanecía inmóvil mirando aquel cuadro felino, no tenía ni idea de por dónde iba a comenzar ni como iba a organizar el recuento.

Se situó en la esquina inferior izquierda de la gran sala y respiró profundamente. De pronto pegó un zapatazo fuerte contra el suelo y todos los gatos se amontonaron casi de forma triangular perfecta en la esquina opuesta de la habitación. Los gatos, como si se hubieran estado atiborrando a horchata toda la mañana, tenían la sangre dormida. Así, Jaqueline, pudo ir acercándose a ellos y dándoles pataditas suaves hacía su esquina. Así contó hasta veinte gatos pateados hacía la esquina inferior izquierda de la sala. Con mucho cuidado de no soliviantar a los recién contados se acercó al montón gordo de gatos e hizo lo mismo, pataditas suaves, como ligeros arrastres con la pierna, hasta juntar otros veinte gatos en la esquina inferior derecha de la sala. Por ahora todo iba bien, ni los unos ni los otros habían hecho ademán de moverse ni entremezclarse de nuevo entre ellos. Cuando acabó de agrupar a los gatos en las cuatro esquinas de la sala, de veinte en veinte, colocó a los dos que le sobraban en el centro. No habían pasado ni doce minutos y la cuenta estaba clara; 82 gatos. Jaqueline respiró unos segundos mientras que sobre su cabeza solo bailaban dos palabras, vida o muerte. Era joven y con millones de inquietudes por saldar y de vivencias por quemar aún en esta vida, así que la muerte era algo que aún quería que le sonase muy lejano. Nadie, ninguna letra pequeña, le advirtió del premio o castigo bestial que acarreaba entrar en esta, su primera y tal vez la última, aventura de Escape Room que iba a hacer. De nuevo se volvió al extremo por donde había entrado en aquella enorme sala y pegó otro gran zapatazo contra el suelo los aplatanados gatos casi ni se inmutaron pero volvieron a entremezclarse entre ellos formando una especie de cuadrado deforme en el salón. Y de nuevo, Jaqueline, repitió el proceso. Cuatro grupos de veinte gatos a cada esquina de la sala y dos en el medio. Estaba claro, ochenta y dos gatos.

Esta vez con seguridad y destellos de alivio, Jaqueline tecleó la cantidad de gatos en aquel teclado incrustado en la pared y, sin lugar a más titubeos, pulsó enérgicamente el botón rojo.

Se abrió una compuerta en el centro y entró un hombre totalmente vestido de blanco sujetando en sus manos una especie de cuadro fino negro. 

El hombre sacó una pistola de su bolsillo, apuntó Jaqueline y le disparó a la altura del corazón a la misma vez que giraba aquel gran cuadro que resultó ser un espejo. Jaqueline, ya de rodillas y con lágrimas de sangre corriendo por su cara, miró fijamente aquel cuadro donde se veía una gran gata común europea reflejada en él, sangrando e hincada de rodillas en el suelo. 

   ― Ochenta y tres, pequeña Jaqueline, ochenta y tres gatos había en esta sala. –le susurro aquel verdugo a Jaqueline, ya casi yaciente en el suelo. Ningún ser avanzará en esta vida hasta ser consciente de su auténtica realidad. No hay crecimiento sin conocimiento. De nuevo se abrió la compuerta junto al teclado y aquel hombre se marchó mientras Jaqueline, en sus últimas exhalaciones a oscuras en la sala, notó como todos los gatos se apiñaban en torno a ella para hacer su tránsito hacía la muerte menos doloroso.

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