miércoles, 24 de febrero de 2021

GATOS ENCERRADOS (yoyos)

 



Elisa abrió los ojos de golpe a las cuatro de la mañana. No sabía si aquel último jadeo había entrado dentro del sueño o lo había dado también allí en vivo a escasos centímetros de su marido. 

Pocas veces le había hablado a Cristóbal, su marido, sobre su ex. Pero esos jadeos a modo de éxtasis sexual que se estaban repitiendo con demasiada asiduidad en las últimas semanas estaban poniendo las cartas del inframundo sexual sobre la mesa y la aspiradora visual que tenía Elisa por mente estaba recreando cada polvazo que ésta se regalaba con Hugo, su ex, sobre todo por estas fechas de inicios de primavera donde ya el cosquilleo de la mañana te empujaba a relamerte los labios sin saber casi ni porqué.



Laura llevaba días alucinando con su marido, sobre todo desde que se mudaron a aquel piso en el centro. Hace varias noches, balanceada sin saber porqué, se levantó muy en silencio de la cama y fue andando hacía el lado donde duerme Hugo, su marido, que estaba con las sabanas dobladas hacía atrás y el calzoncillo bajado casi hasta las rodillas. Hugo era el causante de aquel balanceo. Estaba, claramente, follando en sueños y esa cara de gustazo a gran altura pocas veces la había visto Laura mientras ellos lo hacían. Laura se fue hacía la cocina, se tomó un vaso de agua fría y se sentó unos minutos en el taburete de la barra pensando si decírselo o no, si montarle el pollo o no para compartir aquel cabreo que tenía con su causante. Laura recordó que Hugo le había dicho que a solo dos calles de donde se habían mudado, en el centro de Bilbao, vivía Elisa, su ex con su marido, que lo sabía por unas fotos que había visto en Facebook donde se les ve tan felices estrenando pisazo en el centro. Pocas veces le había hablado Hugo a ella sobre su ex pero Laura sabía que la giganta esa  de 1,85 metros de altura aún se pegaba una excursión que otra por la dispersa mente de su marido. Se llenó de nuevo el vaso de agua fría y se acostó. El movimiento sísmico sexual había terminado ya por esa noche.



Isabel, abrió el grifo de la cocina con bastante fuerza para intentar que Esteban, su marido, lo escuchara desde la habitación, apoyó el vaso de cristal con fuerza en el pollo junto al fregadero para que siguiera el baile de ruiditos en en medio de la noche. No tenía ningunas ganas de dar otro tipo de explicaciones a Esteban y aquellas braguitas chorreaban y ella sabía que no había sido ningún salpicón de ningún fregadero ni de ningún vaso de agua. Esteban, que llevaba ya varios minutos girado en la cama con los ojos abiertos como platos tras aquella "actuación" propia de nominación al Oscar que Isabel se había marcado a las cinco de la madrugada, volvió a hacerse el dormido cuando entró Isabel en la habitación, abrió su cajoncito de la ropa interior y se cambió de braguitas. Esquivó, arqueando como pudo su cuerpo, aquel humedal biológico que había formado mezclando ensoñación y trabajos manuales y se echó a dormir como si nada. Los ojos de Esteban no había quien los durmiera ya. 

                 - ¿Quién sería aquel Hugo del que nunca había oído hablar y que gimió la boca de su mujer unos segundos antes de "salpicarse con un vaso de agua"?

 Por supuesto, por ahora, no le iba a decir nada a Isabel de aquella "noche en el acuario", pero Esteban ya se quedó toda la noche rumiando posibles en su mente, más cuando tan solo un par de días antes, deshaciendo las últimas cajas de la mudanza, Isabel se detuvo un buen rato a mirar unas fotos en las que se la veía en piscinas, bañeras, playas y otros paseos compartiendo excesivo cariño con una tal Laura, que firmaba con rotulador azul la esquina de todas las fotos. Poco o nada le había preguntado Esteban a Isabel sobre aquellas fotos y la necesidad de traerlas al piso nuevo.

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