Tres
tristes tigres...
Se intuía, flotaba en el
ambiente. Rodolfo llevaba toda la mañana del sábado temeroso de Dios.
― Este mediodía tengo ganas de salir,
demasiadas ganas y eso no es bueno. –Se repetía Rodolfo en su mente, sabedor de
sus múltiples primaveras anuales y que estaba compensando malos tiempos
globales con despiporres en frasco pequeño.
Pasó la sobremesa del
sábado como pasa un rayo que te atraviesa de pronto y sabes que tarde o
temprano tocará hacer recuento de quemaduras, tocaba reconducir al rebaño y Rodolfo sabía lo que le gustaba
de postre a estas fieras disfrazadas de ovejas.
― ¿Estáis en el piso? Esa era la pregunta
del millón para los dos o tres que saben que quedan cosas “por quemar”.
Y así, como en una escena
interminable de la película Historias
del Kronen, el dios Baco trataba de seguirnos el paso en esta carrera de
sábado con meta en el infierno. Y llegaron los nublos (escenas codificadas en
la mente, blackouts
(síncopes) creo que los llaman los psicólogos, que tus amigos se encargan de
refrescarte al día siguiente; contándotelo, enseñándote fotos que desearías no haber
visto y, por último, los clásicos segundos de video donde apareces como el excantante
Enrique del Pozo (Enrique y Ana) en sus peores momentos. Te crees en las
alturas, muerdes lo que se ponga por delante, si tuvieras un enano y una diana,
al más puro estilo Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) en “El Lobo de Wall
Street” lo lanzarías sin miramientos.
El mini apartamento de
Rodolfo está a punto de despegar hacía la estratosfera, música, luces y
muchísimo alcohol serán su combustible. Al final del viaje, patinando por
constelaciones de cristal barato, el crujido de dicho cristal marca el
aterrizaje y vuelta a la realidad. X, Y, Z se despiden de esta página de comic
no apta para menores que ha sido una vez más la tarde noche del sábado y
Rodolfo, aún está rotando sobre su propio eje, cuerpo y mente separados y cada
cual a su puta bola.
Una mañana, cree, más de
domingo, Rodolfo comienza a sujetarse la cabeza, mientras suspira de alivio al
ver que, como siempre por suerte, amanece en su cama; no está en Las Vegas, ni
en Tijuana (México) empieza a palparse y a hacer recuentos; dientes, los mismos
que tenía ayer, ropa, comienzan las sorpresas: ― ¿Qué cojones llevo puesto y de
quién? Madre mía. Rodolfo se balancea sobre el colchón para que el esfuerzo al
tratar de levantarse sea el mínimo y sale hasta el salón….
― ¡Copón… menudo desastre!
El suelo parece un atrapamoscas,
el olor a tabaco de la manada desvirtúa sus abstinencias nicotínicas y los
vasos, botellas y demás restos del huracán tapan por completo la mesa del
salón.
― Prefiero no mirar. –Se repite.
Sin encender luces vuelve
a la cama, se sujeta la peonza con la que ha amanecido por cabeza y trata de
dormir unos minutos más. Imposible, ya le puede la curiosidad. Qué habrá pasado,
con quién, hasta dónde, cuándo acabó todo, etc. De nuevo se mira la sudadera
que lleva puesta y trata de buscar alguna huella de anoche en su móvil. Mala
señal, no hay restos de la noche, algo del inicio de la tarde pero nada de la
noche… Eso quiere decir que Rodolfo, que usa el móvil hasta para partir
almendras, estaba al otro lado del punto de vista tecnológico, algún
improvisado Spielberg, o David LaChapelle
podría tener videos o fotos suyas comprometidas.
Se levanta, de nada le
sirve estar dando vueltas sujetándose la cabeza a modo de rollito de primavera.
La famosa ducha fría que todo lo puede, no consigue hoy limpiar sus excesos.
Tira de whatapps a los implicados en el circo. Si están durmiendo todavía es
buena señal…es porque están tan en la estratosfera aún como Rodolfo, así se
salva de que lo bañen en mierda, o que no tienen el cuerpo para nada. Mal de
muchos consuelo de tontos, piensa Rodolfo.
Primeras manzanillas
dominicales, intentando recalentar lo que aún puede denominar cuerpo, aunque
esté para el arrastre. Prefiere no pensar, sabe que saldrán verdades de los
implicados a lo largo del día y, efectivamente, comienza el baile de verdades
post-desmadre clásicas de cada domingo.
Todos aportan su granito
de humillación con alguna anécdota de Rodolfo, pero éste intuye que el culebrón
no acaba aquí, alguien tiene el golpe de efecto final, ese golpe que hace que
sientas envidia de los avestruces y su facilidad para esconder la cabeza. Y “¡zasca!”
el video de turno.
Sobran las palabras, el
video habla por sí solo. Ríete tú de los pequeños videos recordatorios que tenían
los de la peli “Resacón En
Las Vegas”, esos, comparados con las actuaciones estelares grabadas de
Rodolfo eran puros anuncios de compresas para pérdidas de orina.
Y así, un domingo más, con la promesa de renovación semanal de Rodolfo, diciéndose, con la boca a medio abrir, ya no salgo en una temporada, deja pasar nuestro protagonista las horas, reactivando cada célula de su cuerpo a base de calditos calientes o infusiones y escuchando aún algún coletazo más rezagado de su bajada a los infiernos de la tarde noche de antes.
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