domingo, 24 de mayo de 2020

AZOTES DEL DESTINO


   ― ¿Sería aquello el final, su final?

Ya, desde su infancia, había sido advertido varias veces por el viento que se filtraba entre las artesanas hojas de su higuera. 

  ― Estaré siempre a tu lado, pero nunca debes agotarme, explotarme, dejarme sin frutos. –Le repetía constantemente el alma de aquel árbol que había permanecido en su familia desde muchas generaciones atrás.



Galateo se reía cada vez que pensaba en aquella brisa y sus consejos, miraba su higuera y veía sus ramas cargadas de frutos. A él le encantaban los de las ramas bajas; sin siquiera levantar los brazos estaban a su alcance, casi se comían solos.

Aquella primavera, Galateo, como izado por las alas del hambre cronológico, comenzó a levantar cada vez más sus brazos y a ir comiendo los higos más tiernos de la gran higuera junto al pozo que daba sombra y juego a su familia desde que sus 
abuelos alcanzaban a recordar. Siendo esta telón y escenario de cuentos e historias  bajo su agradable sombra, agrupando a los más pequeños de la familia a su alrededor.

El caso es que la estación del oro vivo se acercaba y Galateo sin miramientos trepó hasta la rama más alta de aquella reliquia. Estaba entrando la noche sin color y las primeras luciérnagas, guiaban las raspadas y pegajosas manos de Galateo sobre los últimos centímetros que separaban aquel maravilloso árbol de las puertas del cielo. Arrancó con el ímpetu de la cotidianidad el último higo de aquel árbol y se propuso a descender para disfrutarlo recostado abajo en su tronco. 

De pronto, de arriba abajo, el tronco central de la higuera comenzó a rasgarse como el que parte una galleta recién hecha para compartirla con su hermano después de haber estado largos minutos esperando su cocción. En unos segundos, Galateo se vio cayendo desde la copa a los fríos cantos rodados que cercaban aquel maravilloso árbol a ras del suelo. Al golpear su espalda contra el suelo, apretó el puño y sintió como aquel pegamento azucarado impregnaba su mano por última vez. Vio sus primeras veces, sus segundas y las veces más importantes de su vida pasar carcajeándose sin prisa alguna, durante esos fotogramas finales que la vida nos regala a modo de resumen antes de abrirnos cualesquiera que sean las puertas de a donde vayamos.

Maldijo su ceguera, maldijo su egoísta sordera y maldijo sus apetitos sin nombre. 

Viento y Alma contemplaron el cuerpo de Galateo desvanecerse en soledad.

Raúl Góngora
(24/05/2020)

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