sábado, 11 de marzo de 2017

¡Más rápido, más fuerte, más alto!

A mi colega Jesús Lens. Llevo tiempo sin echar un buen rato de libros; cine, jazz, cervezas y tapas con él, y esta noche los dados me han transportado a todos esos minutos que VOLVERÁN.


Story Cubes, menudo invento (Gracias Clara P. por recomendarlos)

- ¿Y por qué el tal Juan Mulas ese nadaba tan rápido? -Preguntaba cada dos días Jesús, tras ver su mini peliculón de Tarzán, con el que su padre lo premiaba tras revisarle los deberes-.
 - ¡Te he dicho ya mil veces que es Johnny Weissmüller, y que te esfuerces en pronunciar bien, que el día de mañana te acordarás del idioma por donde vayas! En verdad, a pesar de ser uno de los mejores nadadores del mundo de los años 20, Jesús, eso que ves son todo trucos que hacían con la cámara para que pareciera que nadaba más rápido. 
- ¡Ya me parecía a mi! Carlos, el hijo del conserje de la facultad de filosofía y letras está preparándose con el equipo de natación de Granada, y me dijo que lo del Johnny ese de los monos era imposible. 

Mi padre era un hombre muy serio, con más letras encima que las páginas blancas de Madrid, así que sacarle un amago de sonrisa era un gran logro. Mis ansías por preguntarlo todo y nunca quedarme satisfecho con medias tintas, a veces lo conseguían. 

Los inviernos en aquella maravillosa ciudad te regeneraban la piel y las novatas ideas del mundo exterior día tras día así, entre deberes semanales, libros y nuestra maratón de películas de todo género habido y por haber de los fines de semana, pasábamos las tardes de lluvia sin necesidad alguna de acordarnos de que vivíamos rodeados de montes nevados tan llenos de diversión y aventura para el resto de mortales. Mis amigos, los que se molestaban en no chocar conmigo por los pasillos del colegio sin siquiera pedir disculpas, no paraban de hablarme de tal y cual partido de fútbol que vieron la noche de antes, de subidas a la sierra a esquiar con sus padres, del abono del Puleva Baloncesto que tenían sus familias, y demás tópicos del colegio privado que me eligieron. Pero todo eso eran motas de polvo disolviéndose por las esquinas de mi cerebro. Yo ya estaba pensando en que era viernes y comenzaba mi maratón de cine de los fines de semana. Mi padre me había conseguido una versión estadounidense de inicios de siglo, 1917, de “Jack y las Judías Mágicas”.


Jack y Las Judías Mágicas (1917)
 Alucinante, esa película me dislocó aquel fin de semana, y estábamos tan solo a viernes. Me hizo dar un giro a mi perspectiva actual de la realidad, y entender que la visión de las cosas tenía siempre dos caras; la vista desde arriba, el que pisa sin pensar en las consecuencias, y desde abajo, el que se harta de ser pisado y agudiza el ingenio para sacar partido de su estado. Y allí estaba yo girando mi vida llena de cultura adquirida en escasos metros cuadrados, y tirándome a la calle de lleno a oxigenar aquella sabía base que los libros, mi padre y el séptimo arte me habían dado. Empecé a piratear con la vida, mi mente estaba cargada de tesoros, pero mi cuerpo estaba dispuesto a robar, a aquel entorno mágico en el que me había tocado vivir, hasta la última de las oportunidades vitales que me ofrecía. Así fui “plantando judías” por toda Granada; derrocando gigantes absurdos de adolescencia y creciendo y creciendo hasta alcanzar su misma altura, pero con millones de neuronas a pleno rendimiento por encima de ellos.

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