Y no, mis hoyos nunca han sido lo suficientemente profundos para no dejarse escalar y retomar el camino.
Por este castigo tan absurdo (pero necesario) que nos tiene la vida al que muchos llaman trabajar, tengo grandísimas incompatibilidades horarias para extender algo más mis aficiones o simplemente para entenderlas a sus mínimos. Ayer fue uno de esos días en los que entré al piso, al final de la jornada, con una sonrisilla de satisfacción estandar muy agradable.
Por la mañana, cumpliendo con el típico castigo "divino", eché mis horas de trabajo.
Al mediodía, uno de mis grandes PLACERES, comer y probar cosas ricas.... me encanta. Quien de verdad me conoce sabe que ese se mi punto débil. Hace unos años, el día de la celebración de mi cumpleaños, un colega me regaló un bono para una comida en un restaurante; creo que ha sido el mejor regalo que nadie me ha hecho jamás...jajajaja...
Y completé la jornada con otro de mis agujeros de desconexión de la rutina diária, la literatura y sus gentes. Bajamos al festival Granada Noir, me moría de ganas, y allí conocí al gran Carlos Salem y supe de su extensísima bibliografía, además de coincidir de nuevo con Lens, Clara Peñalver, y demás bandoleros de las palabras asesinas. Volvía ya hacía casa con muy buen sabor de boca por lo mucho que había aprovechado la tarde, así decidí tomar un fast-gin con mi amiga Bea e irnos ya completicos cada uno a su olivo. Fin de la jornada, sin más. Guardé, como oro en paño, el nuevo libro, dedicado de mi maestra, Clara P. y me acosté.
Y con esto concluye mi entrada a modo de diario (teclear por teclear ha sido) de hoy.
Nota: vive la vida con toda la intensidad que puedas que son dos días y uno te lo pasas esperando el "cling" del reloj del microondas.
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