Hay personas apasionadas con los senderos y las montañas; al aeromodelismo, al fútbol, a las novelas de terror, etc... pero a Isa y a Nico les iba el naranja rojizo, su pasión con mayúsculas eran los CAQUIS.
Estaban en su tercer año de noviazgo y eso lo tenían ellos bien claro y aceptado desde que se encontraron en la web de Meetic. Lo suyo fue flechazo por eliminación demográfica. Nico no se podía imaginar, cuando escribió ese fetiche tan particular que tenía con los caquis, que encontraría a alguien que compartiera esa misma pasión por esa fruta en concreto.
Tuvieron su primera cita en la terraza de un bar céntrico de Granada.
-Quedamos allí a las doce y media. Llevaré jersey, ya puedes suponer con certeza de que color será, jajaja. - Le escribió Nico.
-Pues yo había pensado llevar vaquero y jersey del mismo color que nos ha unido, jajajaja, vamos un árbol frutal en medio de la terraza. - Contestó Isa.
Y así, tres años más tarde su gran pasión había alcanzado ya niveles inimaginados por aquellos agricultores del levante de España que cultivan y exportan caquis por todo el mundo.
Los viernes de otoño, se los proclamaron, Isa y Nico, como el día del caqui. Así, desde por la mañana, se vestían con ese color tan característico. Isa incluso usaba maquillaje de color caqui ese día, que con su piel clarita y su pelo casi rubio combinaba perfectamente. Al terminar la jornada laboral, cenaban una especie de batido que Isa dejaba en la nevera desde por la mañana a base de caqui maduro y cacao y nada más terminar se miraban, como el que mira a su amante tras tres copas de vino en un cálido restaurante, sabiendo el cauce de la noche perfectamente. Entraban al dormitorio cogidos de la mano, cada uno en su lado de la cama tenía un gran bol de metal con caquis maduros semitriturados. Se quitaban la ropa sin apartarse la mirada el uno del otro, casi sin precalentamientos, el olor y sabor de aquella fruta ya los había puesto a ambos en ebullición.
Isa metió la mano abierta en su bol, cargó un puñado de caqui triturado, lo restregó por los labios de Nico y comenzó a besarle. Nico hizo lo mismo pero restregando los caquis por los senos y abdomen de Isa y lamiendolos despacio, recreándose en sus pezones y parte baja del ombligo. Isa cargó de nuevo y le arrojó sin cuidado alguno casi todo el contenido que quedaba en el bol sobre sobre su pene, y comenzó a comerlo y lamerlo esta vez con mucha más velocidad, deseo, ansia. Nico apuró también su bol y untó todo el coño de su frutal amada y tras comérselo le metió el pene sin esfuerzo alguno gracias a ese buen lubricante natural del que ambos disfrutaban. No tenían prisa pues esa noche era para ellos, era su viernes de color, así que intentaban prolongar el placer hasta que los gritos finales despertaran hasta a los viejetes del quinto piso del bloque de enfrente. Y así a eso de las dos de la mañana y con el sudor natural de ambos haciendo de aliciente al pegamento que se formaba con el restriegue de tanto caqui. Desnudo aún recogían las sábanas con aspecto de cuadro vanguardista holandés, y las metían en la lavadora y juntos se duchaban aún exhaustos.
Así cada viernes noche desde finales de septiembre a finales de diciembre o mediados de enero si la temporada de caquis maduros se prolongaba. El resto del año, Isa y Nico se limitaban al amor estándar de una pareja ya acostumbrados el uno del otro y a imaginar nuevas funciones, acciones, posturas y utilidades en general para hacer nada más comience la temporada del caqui.
Y colorín colorado este CAQUI se ha acabado.
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